Supersex o los curas

Antonio Pacheco Zárate

No recuerdo qué puse en el buscador para que Netflix me propusiera esta serie. Pero si uno se dispone a ver la vida de una estrella del porno como Rocco Siffredi se predispone a escenas calientes o morbosas, no a nudos en la garganta, cosa que provoca con más felicidad, digo facilidad, y en este caso hay que ser cuidadoso cuando se usan las palabras garganta y felicidad. Pero tal cual. Quien la mire va a conseguir más emociones y momentos conmovedores que erecciones o jadeos.

En realidad, Supersex tiene menos escenas sexuales y menos explícitas que la serie Spartacus; una estructura, diálogos, ritmo, coherencia, actuaciones y dirección que no tienen varias de las biopics de gente que sobresalió en otras áreas de las que son bien vistas y aceptadas desde la moral. Ah, y un soundtrack de poca madre.

Supersex trata sobre un hombre que nació con una polla muy grande.

Supersex, —el título no ayuda—, trata sobre un hombre que nació con una polla muy grande y eso al cabo de los años, y de las vueltas de tuerca de la vida, lo lleva a convertirse en una estrella mundial del porno en una época en la que el único vehículo para lograrlo era el cine y las revistas, no como hoy, que basta un celular, unos cuantos centímetros y una cuenta en Only Fans.

El sexo y el cura

El sexo está presente en cada capítulo, pero deja de ser importante al cabo de varias escenas porque la historia se centra en la miseria humana, en los demonios que todos llevamos dentro y que no son otra cosa que los vicios que nos superan y que, aquí, consiguen crear el vínculo perfecto entre nosotros y el protagonista. Deja también de ser importante, a diferencia de otras biopics, si lo que vemos en pantalla sucedió o no en la vida real. La historia está tan bien planteada y la mayoría de las escenas tan bien sustentadas, que los personajes ficticios se convierten en entes con vida propia que pueden opacar a los personajes reales. Y así lo que en otra biopic podría ser un cliché o un lugar común de este tipo de historias, se convierte en parte esencial de lo que nos cuentan, además de ayudar a construir los personajes. Un ejemplo podría ser cuando la madre del protagonista le pide, y luego insiste, y luego le reprocha que no haya sido sacerdote. Supongo que el dato es inventado para contraponer perversidad y santidad, pero en la serie se convierte en un dato creíble por la personalidad de los padres de Rocco, personalidad que además se va transformando de modo coherente al paso del tiempo.

Alessando Borghi, actor que da vida a Rocco.

Netflix siendo Netflix

Netflix no deja de ser Netflix y aparece por ahí alguna mujer que ya nació empoderada y algún hombre que es un maravilloso ser humano sólo porque es gay; pero, según yo, por lo menos, tratan de sustentarlo en lo posible.

No es de esas series que se puedan empezar desde el capítulo dos o en resúmenes de gente que busca hacerlos desde el lado correcto de la moral, porque hay que estar atento a los detalles y así entender por qué una buena puñeta de diez segundos puede conseguir el mismo placer y efecto que cruzar una meta, alcanzar una nota muy alta o lograr trazos perfectos en un lienzo.

Después de todo, a diferencia de cuando se nos cuenta la historia de una pasión o talento particular, que ninguno de nosotros tiene ni tendrá jamás, como sucede con las biografías de personalidades del arte, los deportes o la ciencia, aquí la pasión y el talento del protagonista es la misma con la que podemos identificarnos todos; la que, por suerte, hemos experimentado más de una vez y que, nos consta, nos hace perder la razón y nos convierte en el animal que obedece nada más al instinto y a la razón universal: el sexo. “Todo lo demás es porno”.

*Antonio Pacheco Zárate es escritor de los libros Sol de Agosto, Centraleros y Afuera está el abismo.

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