Zagreo Yaco
Los muros de la Biblioteca Pública Central han cambiado poco desde la primera vez que la visité. Tenía unos ocho años y la primaria donde estudiaba había organizado la visita. En aquella época era importante conocer la biblioteca y usar las fichas bibliográficas porque no existía el acceso que tenemos al internet.
Muchos años después, en esos mismos muros conocí el taller Cantera Verde, del escritor Julio Ramírez. En ese espacio pude conocer a otros noveles escritores oaxaqueños, darme cuenta de que no era el único que padecía el gusto por los libros y los poemas.
Ya entrada mi adolescencia organicé mi primera lectura en público en la biblioteca, con la necesidad de decirlo todo y de compartir mis versos me atreví, sin mucha conciencia, a compartir los primeros poemas que escribía, realmente no me arrepiento, pero sí me da vergüenza.
Este brevísimo recuento de mi relación con la Biblioteca Central me sirvió para recordar la relación que cada uno de los escritores que conocí en Cantera Verde estableció con alguna de las bibliotecas del Centro Histórico. Es posible charlar con los poetas y narradores oaxaqueños para descubrir lo importante que fue el IAGO o la Biblioteca Central en su formación y en reconocimiento de sus iguales.
Muchos años después de mi última lectura en la Biblioteca Central, me sorprende la invitación que me llega a través del celular. Me invitan al programa Reloj Literario, donde la Biblioteca Pública Central invita todos los días a los lectores a leer en voz alta un fragmento de alguna obra literaria. La invitación me sorprende porque en mis tiempos leer en voz alta en el edificio de Macedonio Alcalá resultaba complejo, por no decir imposible.
Sin pensarlo mucho decidí acudir a la también conocida Biblioteca Margarita Maza de Juárez, después de todo no todos los días una biblioteca del Estado me invita a leer mi poemas o a hablar sobre literatura. Cuando llegué fue como entrar en un túnel del tiempo: el policía de la entrada, el cuarto para dejar mochilas y leer revistas. Esta vez el poli no me pidió firmar mi entrada. Como en otros años la biblioteca no resalta por su exceso de usuarios. En realidad parece un monumento, una suerte de espacio atemporal. Corrí y subí las mismas escaleras de la primera visita, con prisa fuí a buscar las fichas bibliográficas y ya no existen en físico, solo una muestra para los jóvenes vean como se buscaba antes de Google.
Me dan el micrófono y me ofrecen leer en el balcón que mira al andador turístico. La tarde cae y los turistas caminan, las canteras son las mismas que hace ochenta años. Leo mi poema y unos cuatro turistas se quedan escuchando. ¿Qué más puede conquistar la poesía si no las calles y los edificios?, me pregunto, luego de pensar que los turistas no me entendieron porque no hablaban español.