Antonio Pacheco
“Una hembra si quiere a un hombre, por él puede dar la vida; pero hay que tener cuidado si esa hembra se siente herida”. En los 70s ya existían mujeres empoderadas. En mi entorno, les decía cabronas. La historia de Camelia la Texana, que contaban y cantaban los Tigres del Norte, dio para una exitosa película, protagonizada por Ana Luisa Peluffo, y décadas después para una telenovela con Sara Maldonado. En ambas el tema principal fue el narcotráfico.
Y aunque la canción se llama “Contrabando y traición”, un asunto relacionado más con el varón, las riendas de la historia las lleva una mujer que, ya enamorada, lo mismo arriesga el pellejo por su chacal que le suelta siete balazos cuando se entera que naninas dijo popochas y que después de repartirse el dinero que les toca cada quién habrá de rehacer la vida por su cuenta.
“Salvar el fuego es una novela polifónica que narra con intensidad y con excepcional dinamismo una historia de violencia en el México contemporáneo”, dicen los Señores del jurado —¡saquen pa´estar iguales!— de Alfaguara que premiaron Salvar el fuego. Pero, al igual que en Camelia la Texana, de lo que en verdad trata esta novela es de todas las cosas inconcebibles —o chingaderas, como se dice en el pueblo— de las que es capaz una mujer cuando se enamora, lo otro es nomás contexto.
La historia ocurre a través de Marina, un personaje construido con acciones que, hay que destacarlo, están bien sustentadas y un desarrollo coherente que hace creíble su romance con J.C al estilo de La dama y el vagabundo o La bella y la bestia.
Dicen que la escritura es para burgueses y aquí queda claro. No imagino cuantos años, o cuántas vidas, tardaría un escritor independiente, y mil usos, para entregar una novela de este tamaño, en extensión y contenido.
“¿Será que el autor tiene un equipo de investigadores, o cómo sabe tanto de tanto?”, me decía un máster hace tiempo. Me pregunté lo mismo mientras leía. Aún así, condensar e hilar esa información, sin caer en lo didáctico, tiene su chiste, no es nada más “ve a preguntar con qué se hacen las enchiladas para que yo lo meta aquí en la página 125”.
En algunos pasajes los personajes caen en una excesiva arrogancia intelectual que es obvio que proviene del autor —de dónde más además—, puesto que no hay una necesaria voz para una contraparte. Pero como escritor siempre es reconfortante saber que también los grandes escritores tienen por ahí alguna escena inverosímil o que no pasa el análisis.
Nada da más gusto al terminar un libro, que sentir el gusto de haberlo leído. Este es el caso de Salvar el fuego, novela que podría ser pariente cercana de La Reina del Sur (Arturo Pérez-Reverte) y Una novela criminal (Jorge Volpi), y cómo esas dos, supongo que no ha de tardar en tener serie o película.
Decía un comunicador alguna vez en algún programa farandulero, que Arriaga se siente un dios del Olimpo que bajó a la tierra a hacernos el favor de escribirnos unos guiones y unos libros. De chismes no sé, pero después de leer Salvar el fuego lo confirmo.
Antonio Pacheco Zárate es autor de Sol de agosto, Centraleros y Afuerta esta el abismo.