Liana Pachecho
Scrolleando hace unos días en Facebook me apareció la siguiente publicación: una “denuncia ciudadana”, cuya controversia no saldrá de los límites de los comentarios del post, y con honestidad, poco impacto tendrá contra la empresa que se señala.
El post me hizo recordar en lo que escuché el pasado jueves 15 de mayo. Abordé un taxi para llegar a la Biblioteca Henestrosa en donde sería la presentación literaria de mi segundo libro de narrativa; el chofer traía la radio (desconozco la estación, no soy afín a este medio), para calmar el nerviosismo empecé a poner atención a la nota en turno:
Resulta que una presidenta de una cámara de comerciantes, de nombre Esther Merino (que me suena a establecimientos de zapatos), manifiesta su inconformidad a la reforma de reducción de la jornada laboral de 48 a 40 horas semanales; bueno más que inconformidad ella dice, palabras más, palabras menos: “va, va, jalo, pero siempre y cuando nos brinden estímulos fiscales y mejores servicios públicos a nosotros los pobres… los pobres empresarios y empresarias”. La señora dice que qué bueno que haya reformas, pero a las pequeñas y medianas empresas ¿Cuándo se les dará beneficios?, que es difícil abrir o hacer crecer sus empresas, aunado a pagar las cuotas del IMSS e INFONAVIT (acá percibí cierto pesar en su voz, pero no me hagan mucho caso, puede que sea mi juicio personal).
Yo soy titulada en la Lic. En Administración (lo que se conoce como Godín), y laboré cerca de 15 años en iniciativa privada, en distintas empresas de Oaxaca. Y al estar en el área administrativa, atestigüé muchos de los “sacrificios” que día a día enfrentan los pobres empresarios y empresarias de la ciudad.
En mi segundo empleo, una inmobiliaria (el dueño es un burócrata que ha estado al mando de una oficina de Infraestructuras y comunicaciones o algo así); el caso es que la hermana de éste, al contratarme, me preguntó si deseaba o no la prestación de seguro, ella dijo: “no tiene caso, al final ni lo ocupan”, yo por inmadurez e ignorancia, aunado al temor de no ser contratada, accedí a no tener seguro social.
Después ingresé a un conocido grupo de material eléctrico en Oaxaca, y aunque esta vez sí exigí las prestaciones sociales, me dieron de alta hasta ocho meses después de mi ingreso y en modalidad de outsourcing; mi horario de ingreso era de siete y media de la mañana, hasta las ocho de la noche, con dos horas de comida: más de las ocho de ley. Luego me fui a una empresa de alimentos, propiedad de un extranjero, que cumplía con los lineamientos de la LFT, pero cuando nos tocaba el pago de utilidades y aguinaldo siempre nos daba un importe menor al que nos correspondía, (nos aplicaba la de “tómalo o déjalo, que la puerta está muy grande”).
Y de ahí a una pastelería, una de las más grandes de la ciudad, que fue la primera y única que me brindó otros beneficios: caja de ahorro, horario corrido, pastel gratis en tu cumpleaños, darte de alta con el salario real (cosa que el 99% de empresas no hace, porque entonces el pobre empresario debe pagar más); acá el “pero” es el pésimo ambiente laboral, propiciado por la propietaria, quien ejerce una autoridad, casi tiránica, violenta y misógina (eso sería para otro post largo y tendido de chisme).
A modo de resumen, en todas las empresas en las que laboré, pude observar como muchos de los gastos personales de los dueños se solventan con los ingresos de la empresa, ya que es un beneficio del SAT pasarlos como deducibles, (por ejemplo, comprar un carro de agencia, viajes de placer, que ante el SAT se declaran como viajes de trabajo, o el pago de cuotas escolares). Otra “estrategia” que los empresarios llevan a cabo es incluir en nómina a familiares, cónyuge, hijos, a pesar de que ni se asomen en la empresa, con importes desde $15,000 o hasta el doble; y sus también gastos (una ocasión emití un par de cheques de $20,000 para pago del celular de los hijos del dueño).
Recuerdo al empresario que cada diciembre me hacía redactar una carta solicitando a los proveedores regalos, con el argumento de que serían para los empleados en el convivio navideño; pero cuando estos regalos llegaban (dígase electrodomésticos, electrónicos, instrumentos de cocina), se resguardaban en la oficina del dueño, para que en algún evento de la empresa los rifara a los clientes.
Justo ahora esto me hace recordar la vez que me gané en la rifa de un convivio navideño, un juego de copas flauta para champagne. Me sentí agradecida con la suerte, pero me quedé con ganas de decir: “soy asalariada de clase baja, veo muy difícil que en mi despensa que surto en el Aurrerá, incluya comprar champagne”; la copas aún permanecen empaquetadas y guardadas en la alacena.
Desde mediados del 2023 dejé de laborar como Godín y me incorporé al pequeñito negocio familiar, un comercio que mi abuela inició en 1963 y nos ha dado sustento a la familia. Ha sido un trabajo satisfactorio, más relajado, aunque no menos estresante ni frustrante; me doy espacio de hacer otras actividades (escribir, procrastinar, ejercitarme, ver The Crown).
Lo anterior lo digo desde la suerte de, precisamente, tener la solvencia de un negocio independiente, no pagar renta y la decisión de no tener hijxs. Aunque mucha de la experiencia aprendida en mi vida laboral (labor de ventas, sistemas fiscales, control de gastos, acuerdos con proveedores, planeación de comprar) me sirve para la administración del negocio; y en la práctica ser emprendedor implica muchas limitaciones, con el dinero, principalmente, y el tiempo personal.
Ya para concluir, como dijo la señora empresaria: qué bueno que haya reformas y qué mejor que sean en beneficio de los millones que integran la fuerza laboral de nuestro país; ojalá haya reformas para mantener entornos de empatía, respeto y por ende cuidar la salud mental; ojalá haya reformas para garantizar que se cumpla la jornada con prestaciones y salarios justos; ojalá haya reformas para beneficio de las necesidades de las madres autónomas; ojalá la reforma de la licencia menstrual sea aplicable a todo el país… Ojalá…
Ojalá las y los que integran la fuerza laboral de una empresa también tomen conciencia de su papel. No quiero dar sólo una visión maniqueísta donde el empresario actúa desde la malsana ambición y beneficio propio. Considero importante señalar que en todos los espacios laborales en los que estuve, atestigüé que mucha de la nociva convivencia entre empleados es propiciada por los mismos empleados. Y como si fuera un despliegue de “personajes estereotipados” conocí al adulador al jefe; el comunicador (chismoso); el que se niega a capacitar al personal de recién ingreso porque “mucho le costó aprender lo que sabe”; el que tergiversa las instrucciones para hacer quedar mal a otros o toma como propio el crédito del trabajo de otra persona, y otros más, a los que hacíamos mofa con la frase: “actúa como si le fueran a heredar la empresa”.
“El trabajo dignifica al hombre”, dice una frase popular; concuerdo, con unas pequeñas modificaciones: “El trabajo —en condiciones salubres, seguras, bien remunerado, en un entorno que permita el desarrollo y aprendizaje profesional, con un horario que brinde equilibro en la vida laboral, familiar, personal, bajo un liderazgo con experiencia y respeto, respetando la jornada establecida…— dignifica al hombre”.
Liana Pacheco es una escritora oaxaqueña, recientemente publicó Hambre de Lumbre, junto a Almácigo Ediciones, puede leerla aquí.